lunes, 19 de marzo de 2018

A Real Nightmare || Capítulo 10

CAPÍTULO 10


Había terminado la primera jornada laboral de Mateo y, al no vender nada, Ainhoa lo llama a su despacho recriminándole que no había vendido nada y que se fuera poniendo las pilas.
-          A ver Ainhoa, es mi primer día aquí después de mucho tiempo. No tengo ni puta idea de cómo hacer una llamada.
-          Me cuesta creerlo.
-          Pues no te lo creas si no quieres, pero esa es mi verdad. Hago todo lo que puedo por ser el de antes, pero tendrás que tener paciencia.




Ainhoa comenzó a reír después de las palabras de Mateo.
-          Ay chico, no hace falta que te pongas así conmigo. Lo único que quiero es que vendas y proseguir con el negocio.
-          Tranquila que tú seguirás en tu puesto de jefa. No vaya a ser que se te ensucien las manos con el polvo de los ordenadores de fuera,-dijo cabreado Mateo ante la actitud de su jefa-.
-          Tú sigue así. Que como no cambies de actitud te pongo de patitas en la calle y ahora el que se va a ensuciar las manos buscando otro trabajo eres tú, ¿vale guapo? De verdad… Y pensar que me parecías mono y todo, pero ha sido tener el accidente… Bah, qué desperdicio de tío,-dijo abriendo el portátil de nuevo-.




Mateo se quedó intacto e inmóvil. ¿Cómo tenía la semejante cara de decirle todo eso a él? No podía creer que fuera tan diferente a como era en su sueño. Sin mediar palabra e inmerso en sus pensamientos, se levantó y se fue a su casa.




Un par de semanas más tarde, Mateo había conseguido alguna que otra venta, pero aún no se acercaba ni siquiera al mínimo que exigían. Desanimado, volvió a casa tras un intenso día y se encontró a Kiko charlando en el salón de su casa con su padre rodeados de un intenso humo.




Marco se cabreó porque su hijo lo había pillado de nuevo fumando marihuana y, claro, sabía cómo se ponía Mateo cuando lo veía de esa forma.




Kiko, dándose cuenta de que la cosa iba a ponerse fea, se levantó.
-          Esto… Hola Mateo. Llegas justo en el momento en el que me iba a ir.
-          Muy bien Kiko. Ahora largo.




Abriendo la puerta, Kiko se marchó, no sin antes despedirse de Marco.
-          ¡Adiós Marco! Buena suerte…




Una vez que la puerta se cerró y Kiko desapareció de la escena, Mateo comenzó a hablar cuando un iracundo Marco se puso a gritar desesperado.
-          ¡Que me dejes en paz ya! Tengo la vida que quiero tener porque desde que perdí a tu madre no quiero vivir. No quiero nada, ni contigo ni con nadie. Quiero pasar lo que me quede de vida sin necesidad de que nadie me controle porque soy lo suficientemente mayor como para hacer lo que me dé la gana, ¿te enteras?
-          Papá, tranquilízate que…
-          ¡NO QUIERO! Mira, si llego a saber que te pondrías así por la marihuana, habría preferido que te quedaras en el hospital…




¿Había escuchado bien? ¿Su padre le había dicho eso? Su corazón se rompía en mil pedazos escuchando las palabras de Marco. Estaba tan enganchado que había perdido la noción de la realidad… ¿O eran sus verdaderos sentimientos los que expresaba?




Justo en ese momento, Antonio llama a la puerta. Bendito momento aquel…
-          Ya está el otro,-comentó enfadado Marco-.




Mateo girándose, abrió la puerta y dejó entrar al doctor mientras que su padre se metía en el dormitorio.
-          Ey Marco, ¿a dónde vas?
-          ¡Que te den!




Muy extrañado, Antonio miró a Mateo con cara de pedir explicaciones.
-          Anda pasa Antonio. Necesito que me ayudes porque no sé qué hacer con mi padre…




Sentándose en el sillón, Mateo comenzó a contarle que desde que se despertó de su sueño, había notado que su padre olía a marihuana, rondaba la compañía de Kiko que era el que le vendía la sustancia, estaba con un carácter de mil demonios…
-          Y hoy me ha dicho que si llega a saber esto, que habría preferido que me hubiera quedado en el hospital.
-          Mateo, tu padre es un hombre enfermo y desde que perdió a tu madre se desmoralizó y comenzó a dejar de ver a sus amistades, a comer más y más, no hacía deporte… ¿Te acuerdas de eso?
-          Sí, sí…-mintió Mateo, ya que había comenzado a recordar cosas de antes del accidente, pero no absolutamente todo-.
-          Pues claro, ha llegado a cierto nivel que ha caído en el tema de las drogas porque, con la marihuana, puede llegar a sentirse en las nubes y así desconecta de aquí.
-          Si eso puedo llegar a entenderlo, pero así no se solucionan las cosas y esto, tal y como está ahora, no puede seguir así.




Antonio aconsejaba a Mateo, pero casi todo lo que le decía ya lo había intentado él.
-          Entonces sólo me queda ofrecerte una cosa.
-          ¿Qué?
-          Un centro de desintoxicación. Conozco uno muy bueno que está a las afueras y allí trabajan colegas míos de profesión y lo tratarán de fábula.




A Mateo se le encendió la bombilla en ese mismo instante. No se le había ocurrido eso y la verdad es que, si conseguía que fuera, podría ser un gran cambio para su padre.




Antonio, interesándose, le preguntó si estaba dispuesto.
-          Me parece una buena idea Antonio, pero mi padre no querrá ir allí ni de coña.
-          Eso es verdad. Si ya era terco antes, ahora ni te cuento.
-          Ay, estoy cansado de todo esto. Yo sólo quiero que esté bien y que, aunque no viva conmigo el día de mañana, que se encuentre con salud y ánimo.
-          ¿Y cómo podríamos hacer para que fuera al centro?




Quedándose un momento en silencio, a Mateo se le ocurrió una idea.
-          ¿Y si le llamo ahora, le pido perdón y le invito a comer o a ir a algún sitio que le guste? Luego digo que nos lleven allí y listo.
-          Mira, me parece una buena idea. Espera, voy a llamar a una sobrina mía que es taxista y le diré que os recoja en 10 minutos. Le voy a contar nuestro plan, ¿vale?




Pocos minutos después, Mateo llama a su padre que sale vestido más adecuadamente.
-          Hola Antonio.
-          Muy buenas Marco.
-          ¿Qué quieres hijo?-preguntó dirigiéndose a Mateo-.




Suspirando, Mateo comenzó su plan.
-          Siento haberte hablado de esa forma. Sé que eres una persona mayor y que quiere vivir su vida. ¿Me perdonarías yéndote conmigo a comer por ahí?
-          No me apetece comer nada.
-          Bueno, como quieras…
-          ¿Prefieres unas cervezas?




Poco después, se despidieron de Antonio que, antes de irse, le guiñó el ojo a Mateo mientras que éste hacía como que llamaba a un taxi. Unos minutos más tarde, llegó la sobrina del doctor y ambos se metieron en el taxi con dirección al centro.

Al llegar allí, su padre comenzó a insultarlo y a pegarle guantazos, por lo que Mateo tuvo que salir corriendo del taxi. Unos celadores fueron a por Marco que se aferraba al cinturón de seguridad y, tras varios fuertes forcejeos, lograron llevárselo dentro mientras que le gritaba a su hijo “te odio”.




Casi un mes después, Mateo seguía en el trabajo. Había comenzado a remontar, pero ese primer mes de trabajo tras su vuelta no consiguió el mínimo, por lo que Ainhoa le dio una última oportunidad en la empresa. Por otro lado, Mateo se veía delgaducho y quería, por todos los medios, ponerse fuerte.




Los días fueron pasando y con ellos llegó el final del mes siguiente y el plazo de prueba a Mateo había terminado. ¿Habría conseguido pasar el corte? Ainhoa salió de su despacho y fue hasta la sala de ordenadores donde se encontró con la mirada acosadora de Esteban.




Esteban fantaseaba con follársela en su cama, en el despacho de ella, en la mesa de trabajo de él… Daba igual, mientras que pudiera darle todo su… amor. Era una cabrona con él, pero estaba bastante buena.




La imaginación desbordante de Esteban hizo que su entrepierna comenzara a abultarse más y más, por lo que tuvo que parar de pensar en esas cosas.




Mateo trabajaba duramente, pero definitivamente no valía para ese trabajo y Ainhoa creía que necesitaría un… incentivo para mejorar.
-          Hola Mateo… ¿interrumpo?-preguntó coqueta-.




Sentándose sobre la mesa del chico y mostrando un más que generoso escote, volvió a preguntar a su empleado.
-          ¿Puedes atenderme un momento?
-          Sí señora, todo lo que le he mencionado anteriormente a un precio tan bajo como son 59’95€ al mes, genial, ¿verdad que sí?-dijo Mateo mirando un instante a Ainhoa indicándole por señas que esperara un momento-.




Cuando terminó, Mateo se quitó el audífono y se levantó.
-          Al fin, ven conmigo a mi despacho… nene.




Al entrar en el despacho, Ainhoa comenzó a desabrocharse los botones de su camisa y, aunque no había estado con ninguna mujer desde que se despertara de su sueño, Mateo la rechazó. Habían pasado ya varios meses y su ausencia, unidas a varias salidas de tono, causó que Mateo se desenamorara ella. Sin embargo, Ainhoa, poniendo cara de cínica, comenzó a recriminarle al chico.
-          Ya que no sirves para vender, por lo menos pensaba que me echarías un buen polvo, pero está visto que hasta ni para eso. Desaparece de mi vista de una vez por todas y que no te vuelva a ver nunca.
-          ¿Me estás despidiendo?
-          No guapito, ya estabas despedido, pero quería saber si servías para otras cosas…
-          Ainhoa, necesito el dinero. Estoy pagando un centro de desintoxicación a mi padre y es muy caro y no llego a fin de mes,-suplicó agarrándola de la mano-.
-          ¿Qué parte no entiendes de que estás despedido?




Soltando la mano femenina, Mateo dio media vuelta y salió lentamente del despacho de Ainhoa. Estaba completamente hundido en la miseria y no sabía cómo podría salir de esta.




Ainhoa lo miraba salir de su despacho triste, pero ella sólo pensaba en que ya no tendría la oportunidad de averiguar si folla tan bien como vendía antes del accidente.




Dirigiéndose a la escalera para salir, salió al paso Fina y, aunque pensó en pararle, se imaginó que lo acababan de despedir.




Mateo no tenía ganas de nada, sólo de ir a casa y encerrarse allí a llorar amargamente.




Fina lo miraba con tristeza justo cuando Esteban salió del cuarto de baño colocándose bien el paquete después de… bueno, dejar volar su imaginación. Al ver a su compañera allí plantada, le preguntó.
-          ¿Qué haces aquí mirando a la nada?
-          Acaba de bajar Mateo. Creo que lo han despedido.
-          ¿Sí? No jodas…




Mateo pensaba en su sueño, en cómo eran las cosas allí y lo mucho que lo echaba de menos. Su madre viva y tremendamente feliz, su padre, aunque con achaques pero contento con su vida, su novia Ainhoa, dulce, cariñosa… ¿Por qué era la vida tan perra?




Y aunque los últimos acontecimientos de su sueño hubieran sido negativos, Mateo estaba convencido de que había sido su mente tratando de despertarlo para traerlo a esta realidad, triste y malvada realidad.

Justo en ese momento, sonó el timbre de la casa, haciendo que Mateo saliera de sus pensamientos.



Abriendo la puerta, sonrió y saludó a aquel chico que estaba frente a él.
-          ¡Buenas! ¿Qué desea?-preguntó Mateo-.
-          ¿Vive aquí Marco Rosales?
-          Sí, bueno… Podría decirse que sí. Soy su hijo, ¿quién lo pregunta?
-          ¿Es usted su hijo?
-          Ya le he dicho que sí, oiga, ¿quién es usted?

-          Soy su hijo.



¿Ese chico era su hijo? Era imposible. Mateo era hijo único y ni su padre ni su madre le habían contado nada. ¿Quién era aquel? ¿Sería un paparazzi? ¿Qué quería de él y de Marco?




CONTINUARÁ…

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