lunes, 13 de octubre de 2014

Capítulo 30 de R.I.F.

¡Buenas tardes a todos y feliz comienzo de semana! Otro lunes más y otro día más volviendo a la rutina, pero qué mejor si leemos un capítulo nuevo de R.I.F., ¿cierto? Pues aquí os lo dejo para que lo disfrutéis. Un abrazo enorme a todos y gracias por estar ahí cada día. Os quiero :D

CAPÍTULO 30

Fernando pasó al comedor junto con su padre y se sentaron para hablar.
-        Antes de nada, quiero decirte que esto que te voy a decir es remover la mierda, pero es necesario hacerlo porque eres mi padre y no quiero que sigas viviendo engañado.
-        Oh, es sobre Lulú, ¿no?
-        Sí. Verás…


Alberto interrumpió a Fernando.
-        Este tema está más que hablado hijo. ¿Qué pretendes volviendo a abrir la caja de los truenos?
-        Pretendo abrirte los ojos y que veas la verdad por primera vez.
-        Ay hijo, qué cabezota eres.
-        Pues no sé a quién he salido…


Fernando sacó la cámara y se la puso delante.
-        Echa un vistazo y luego ya me lo dices.
-        ¿Tienes pruebas? A ver, cómo leches se enciende esta cosa.
-        Un momento, espera que te la encienda.


Abierta la cámara, le buscó las fotos y cuando Alberto las vio, su cara se quedó hecha un cuadro. Alzó la mirada y sólo puedo articular una breve palabra.
-        Gracias.


En ese momento, Lulú hizo acto de presencia, en el peor momento, ¿o en el mejor?
-        Oye cariño, ¿con quién hab…? Ah, si es tu hijo…
-        Lulú, tenemos que hablar,-dijo Alberto mientras se levantaba-.


Fernando, serio y en silencio, no articulaba palabra ni tampoco movía un solo músculo. Lulú, con sonrisa falsa, lo miró.
-        Hola Fernando, me alegro de verte,-pero Fernando siguió callado-.


Alberto la cogió del brazo y la sacó fuera del comedor.
-        Lulú Pretel, desde este momento dejas de ser mi esposa.
-        Anda y déjate de bromas Alberto.
-        ¿Tengo cara de estar bromeando?
-        ¿Pero qué ha pasado? ¿Es tu hijo? ¿Te ha comido el coco?
-        ¡Deja a mi hijo en paz!


Alberto estaba muy enfadado.
-        Esas tetas, te las he puesto yo, la vida que tienes ahora también te la he dado y este techo durante muchos años también te la he dado ¿y tú cómo me lo has pagado? Eres una sucia embustera.
-        Alberto, escúchame un momento. No te entiendo, ¿qué te ha dicho tu hijo sobre mí?
-        ¡La verdad! Las fotos tuyas con el difunto director de su instituto. La cámara funciona y las fotos todavía estaban ahí,-o eso se creía Alberto-.


Lulú agachó la cabeza sabiendo que Alberto la había descubierto tras tantos años guardando ese secreto. Por una cosa o por otra, Alberto se había enterado de aquello y todo era por culpa de Fernando.


Alberto, apartando a un lado a Lulú señaló a la puerta.
-        ¿Ves la puerta? Ya te puedes estar largando.
-        ¿Y mis cosas?
-        Cinco minutos te doy para que las cojas. Te quiero ver fuera de aquí ¡ya!


Efectivamente, pasados unos diez minutos, Lulú ya no vivía en esa casa. Fernando, saliendo del comedor, miró a su padre.
-        ¿Cómo estás papá?-era la primera vez que lo llamaba así desde su vuelta-.
-        ¿Cómo me has llamado?
-        Papá…
-        Qué bien suena esa palabra en tu boca. ¿Puedo abrazarte?


Fernando sonrió a modo de aprobación y Alberto abrazó a su hijo por primera vez después de tantos años.
-        Gracias hijo. Gracias por todo esto.
-        Yo te pido perdón por causarte dolor en este momento.
-        Era necesario. Me has abierto los ojos y te estoy agradecido por ello. Ahora que me he quedado solo… ¿Te gustaría volver aquí?


Fernando se separó de su padre y comenzó a hablar.
-        Papá, me acabo de mudar a una casa bajando la colina, después de varios meses de restauración está lista.
-        Oh, entiendo. Se me olvida que eres un hombre. Ya no eres aquel niño que jugaba al borde de la piscina con sus barcos de Playmobil.
-        Jejeje, las de horas que me habré pasado jugando allí.
-        Eran buenos tiempos. Quién pudiera retroceder en el tiempo y volver a vivirlo.
-        Ejem, ejem…-tosió un poco Fernando; menuda ironía lo que acababa de decir su padre-.


Alberto siguió hablando.
-        Bueno, no puedo retenerte. Has hecho tu vida y es preciso que sigas con ella. No te quiero retener.
-        Y no me retienes. Eres mi padre y… te quiero.
-        No sabes cuánto me alegro escuchar esas palabras. ¿Nos veremos pronto?
-        Sí, cuando tú quieras.


Fernando comenzó a darle sus señas de vivienda y su número de teléfono.
-        Pues ahí vivo y cuando te quieras pasar me das un telefonazo y te digo cuándo estoy libre, que con el trabajo, estoy hasta arriba.
-        Ah claro, yo te aviso con antelación con lo que sea. Y tú igual, te vienes a casa cuando quieras, es también tu casa.


Sonó el timbre interrumpiendo a padre e hijo y una mujer estaba fuera.
-        ¿Sí?-contestó Alberto-.
-        ¿Es el Dr. Rodríguez?
-        Sí, ¿qué desea?
-        Me gustaría tener una consulta con usted.
-        ¡Claro! Pase.


La mujer entró al interior de la vivienda.
-        Verá, espero no interrumpirle.
-        No se preocupe, dígame.
-        Mire, he venido a la ciudad recomendada por una amiga que ha pasado por sus manos y ha quedado muy contenta. Ya desde hace tiempo he notado cómo la papada se me ha caído un poco y no me gusta parecer una vieja.
-        Usted no es ninguna vieja. Disculpe la indiscreción pero ¿puedo preguntarle su edad?
-        No hay ningún problema, tengo 54.
-        Está usted en una edad idónea.


Alberto continuaba con la conversación de esta mujer.
-        No exagere doctor. Ay, qué maleducada soy, no me he presentado. Mi nombre es Eleonor Strauss.
-        Un placer señora Strauss. ¿Está convencida de que se quiere hacer la operación?
-        Sí, más o menos, desde que quedé viuda hace ya dos años he querido darme un caprichito.
-        Oh, cuánto lo siento.


La señora Strauss era bastante atractiva pese a la edad que tenía. Se conservaba muy bien aunque ella dijera lo contrario.


Eleonor contestó a Alberto.
-        Muchas gracias pero ya estoy recuperada del todo. Soy una mujer nueva, viuda y con mucha vida por delante.
-        Claro que sí señora Strauss.
-        Por favor doctor, llámeme Eleonor.
-        Está bien, entonces, Eleonor, llámame Alberto.
-        Como usted diga Alberto jeje.


Mientras tanto Fernando, que permanecía junto a la puerta del comedor, sonreía ante la escena que estaba ocurriendo.
-        Hacen buena pareja y no parece mala mujer… ¡A por ella papá!-pensaba Fernando-.


A todo esto, Alberto acompañaba al piso superior a Eleonor.
-        Lo siento,-dijo Alberto moviendo los labios de forma que sólo su hijo supiera que se comunicaba con él-.
-        Vale,-contestó Fernando de la misma forma que su padre haciendo un gesto, además, de teléfono con la mano.


Para celebrar lo que había ocurrido, Fernando decidió dar un paseo hasta el cine. No sabía la cartelera así que miraría por si alguna película le llamaba la atención.


Fernando estaba pensando en todo lo que acababa de ocurrir cuando, sin darse cuenta, se tropezó con un hombre.


Este hombre se volvió y con cara de pocos amigos, comenzó a protestar.
-        Eh, ¡mira por dónde vas estúpido!
-        Disculpe, no lo he visto. Lo siento mucho.
-        Tenga más cuidado la próxima vez hombre.


Fernando se disculpaba una y otra vez ante la insistencia del hombre.
-        Ya le he dicho que lo siento mucho. Iba en otra cosa y no lo he visto.
-        Más te vale no volver a cruzarte otra vez más en mi camino gilipollas.
-        Oiga, un respeto que yo a usted no le he insultado.
-        ¿Te me vas a poner chulo ahora?
-        Disculpe, pero el que parece tener ganas de pelea es usted. Ya le he dicho varias veces que lo siento.
-        Oh, ¿pelea? ¿Has dicho que quieres pelea hijo de puta?


A Fernando esa última expresión le hizo que un chip de su cerebro se fundiera y cambiara su actitud por completo.
-        Retire eso inmediatamente.
-        Jajaja, perdona, ¿que retire el qué?
-        Lo de hijo de puta.
-        Ay, el nene de mamá le molesta que le llame hijo de puta. Pues sí, eres un hijo de puta y a tu madre me la cojo y me la follo si quiero porque es más puta que las gallinas.


Este hombre era un brabucón y un provocador. No respetaba nada y tampoco el espacio personal de cada uno.


Fernando, tras ese ataque tan gratuito a su difunta madre, le pegó un puñetazo al hombre, que correspondió abalanzándose sobre él como alma que lleva el diablo. Los puñetazos y patadas comenzaron a sucederse de uno a otro en plena calle y a la vista de los demás transeúntes.


Es un momento de despiste, Fernando aprovechó para lanzarse al cuello del provocador y agarrarlo para poder dejarle KO pero eso sería una tarea un poco más difícil…


CONTINUARÁ…

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